Conocé a la familia que cultiva a 3000 metros de altura en Cafayate

- Cafayate

Conocé a la familia que cultiva a 3000 metros de altura en Cafayate
Conocé a la familia que cultiva a 3000 metros de altura en Cafayate

“Todo lo que cosechamos es tan puro y tan sano que vale la pena el sacrificio”, dice Achán Condorí, desde las alturas de Cafayate

Víctor Fernando “Achán” Condorí es el penúltimo de 9 hermanos y hace 38 años nació en la casa de sus padres, en manos de una tía partera. Fue en la zona de Río Colorado, a unos 1.796 metros de altitud, ubicada dentro de El Divisadero. Este lugar se llama así porque desde ahí se tiene una maravillosa vista de la ciudad de Cafayate, a que está a sólo 5 kilómetros. Se trata de la zona vitivinícola por excelencia de la provincia de Salta.

Baltasar, el padre de Achán, había llegado a Río Colorado contratado para trabajar en el viñedo Altos de San Isidro, de Héctor Herrero. Habían hecho su casita dentro de la finca, y Regina Aguaysol, la mamá de Achán, había abierto en ella una pequeña proveeduría. Además criaban, vacas, ovejas y unas 800 cabras, que pastoreaban por la zona de las cascadas del río Colorado.

Allá por el año 1984 su padre y su madre vendieron casi todo lo que tenían, sus animales, su bolichito, para comprar la finca “Las Mesadas”, que queda más arriba y a dos horas de camino y a 2.492 metros de altitud, en la mitad del cerro Las Mesadas.

“Hay un camino para llegar en auto desde Cafayate hasta Río Colorado y de ahí se puede llegar hasta nuestra finca por lo que se llama ‘La Pasarela’ y se tarda dos horas a pie o tres horas a caballo –explica Achán-. También se puede llegar en camioneta 4×4, por una picada que llega hasta el naciente del río Loro Huasi, y de allí se tardan dos horas y media, caminando por una picada hasta el Divisadero. De ahí traemos las cargas a caballo, de la mercadería para subsistir: los fideos, el azúcar, la harina, la yerba”.

“Mis padres tuvieron que empezar de nuevo –recuerda Achán-, se habían quedado con pocos animales y había muchos pumas, que se los comían. Hicieron una casita de piedra y barro con dos habitaciones y una cocinita donde vivíamos los 11. Los primeros años fueron muy duros, pasamos mucha pobreza y la comida era escasa. Cuando nos tocó estudiar, mis padres ya pudieron comprar un terrenito en la ciudad de Cafayate e hicieron una vivienda muy precaria. Caminábamos dos mil metros hasta la escuelita Loro Huasi, sobre la ruta 40″.

“Después regresé a ayudar a mis padres, y en 1996 nos pusimos a cortar adobe con él y ampliamos la casita, que hoy tiene 5 habitaciones, con un salón grande y una cocina grande. Y unos años más tarde hice un baño con sanitarios y ducha con calefón a leña. Después decidí volver a Cafayate a estudiar el secundario. Lo terminé en 2003, de noche, con orientación en Hotelería y Guía de Turismo. De día, trabajaba”.

“Me volví de nuevo a ayudar a mis padres en la finca, porque lo que más me gustó siempre ha sido el trabajo rural. Por eso fui quedando solo con mis padres. Algunos hermanos y hermanas se fueron a vivir a Cafayate, y tengo tres en Buenos Aires y el menor en Bahía Blanca”.

“En 2004 armamos una organización de campesinos en El Divisadero con el fin de conseguir recursos y herramientas para seguir produciendo en las fincas. Nos agrupamos para vender los productos de toda nuestra gente. Pero en 2008 abandoné porque estaba descuidando mi finca, y me cansaba mucho hacer esas dos horas a caballo para una reunión”, lamenta Achán.

“De ser todo piedra y monte –continúa este joven calchaquí-, cuando yo crecí, ayudé a mi padre a ir limpiando el terreno con mucho sacrificio, a pala y asada. Hoy, que mi padre tiene 77 años y sigue activo, sembramos en unas cinco hectáreas con pastura, alfalfa, avena, trigo y maíz amarillo, para los animales, para autoconsumo y para vender”.


“Acá al maíz lo llamamos ‘planta de chacra’, y en mayo cortamos las chalas y las guardamos como reserva de forraje para el invierno. También cultivamos maíz capia para hacer mote, humitas, y maíz blanco para hacer locro, mazamorra. Habas, papas andinas de tres colores –nosotros las llamamos papas a todas, pero ustedes los del sur, las llaman ‘papines’-, con los que siempre hacemos rotaciones, pero conservamos las semillas. Papas blancas y papa ‘astilla’, que es blanca pero más alargada. Ésta no es de acá, compramos las semillas en Cafayate y nos crece muy bien. Todo lo que cosechamos es tan puro y tan sano, que vale la pena el sacrificio. Por eso decimos que todo acá es ecológico. Y un ingeniero me dijo que al ser todo orgánico, deberíamos cobrar más caros nuestros productos, pero no es fácil”.

“Tenemos unas cuantas plantas frutales: nogales, de duraznos, membrillos, cayote y manzanas. Estas no son como las del sur, pero son muy ricas y dulces. Hacemos dulce de membrillo, y orejones y dulce de manzana en pan y de durazno. También ‘machacado’ de la pulpa de la fruta para que quede en trozos. En general vendemos todo lo que nos sobra después de alimentarnos”.


“Mis hermanas Nieves y Elba desde el año 2010 elaboran los dulces y los venden en la ciudad. Ellas suben desde Cafayate los fines de semana y les doy las frutas. Nieves ha inventado la jalea y el dulce de pasacana, que es el fruto del cardón, y Elba creó un dulce de nueces”, explica Víctor.

Y sigue: “En cuanto a la ganadería, criamos vacas para consumo, ordeñamos, y vendemos algunos novillos y novillitos. Además, tenemos cabras, ovejas, chanchos, pavos y gallinas para nosotros. Usamos los caballos para manejar el ganado, tirar del arado y traer la mercadería desde El Divisadero a Las Mesadas. Hasta el año pasado teníamos una mula para usarla de tiro, porque acá casi todo el trabajo es a pulmón, sacrificado, pero nos ingeniamos para sobrevivir. En el valle Calchaquí aún no tenemos matadero. Hemos logrado comprar una motoguadaña y una motocultivadora y poco a poco vamos creciendo”.

Víctor no cesa de proyectar para el futuro: “Estoy planeando ofrecer turismo aventura y ecológico. Pero no queremos hacer eso de que se tiren de una cuerda, ni nada. Sino que experimenten nuestra misma aventura diaria de vivir acá, que la puedan apreciar sembrando, cosechando y ordeñando. Caminar a la vera del río, que tiene un color muy lindo, porque en su lecho tiene unas piedras bayas, rosadas. Recibirlos y despedirlos con una mateada, con yuyos de muña muña, arcayuyo, suico de vaca, anís del campo, que son muy buenos para la salud, y algunos que crecen más arriba del cerro, como la chachacoma y la pupusa. Brindarles un almuerzo con algún plato de comida regional, empanadas de charqui, frangollo, cabritos al horno con papines, locro, mazamorra, anchi con orejones de manzana o durazno, hervidos en compota, queso de vaca o de cabra con dulce de cayote o de membrillo”.



“Mis padres me dieron una finquita de poco menos de una hectárea para cultivar algo más y hacer unas cabañitas para que la gente pueda hacer noche y quedarse todo el tiempo que desee. Ya estoy construyendo un bañito y un saloncito para recibir a los primeros. Estoy preparando todo para habilitar la finca y hacer turismo ecológico y cultural. Mi vida está aquí en el cerro. Andar a caballo y manejar los animales son mis pasiones. Para mí, mi futuro está aquí”, culmina Víctor Condorí.

Achán es soltero y le gustaría tener una compañera, no sólo para la casa, sino para el trabajo, y con ella tener hijos para que hereden el fruto de tanto sacrificio. Eligió dedicarnos la canción Rescoldo, de su amigo cafayateño Mauricio Tiberi, junto a Bruno Arias.



Fuente:BichosdeCampo


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